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La fabulosa madurez de Ryan Adams

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Catorce discos ha tardado Ryan Adams en titular a un LP con su propio nombre. Eso que la mayoría hacen con el primero, para intentar dar más visibilidad, generar una marca de si mismos como artistas. También son en torno a catorce los años que Adams lleva pululando en el panorama musical en calidad de solista, aunque el prolífico músico cuenta con numerosas colaboraciones y bandas paralelas que ha utilizado para hacer pausas en su carrera en solitario. El plato que nos ofrece esta vez el de Jacksonville, que llevaba desde 2011 sin publicar un largo de estudio, no se puede negar que son lentejas: si te gusta su receta de rock alternativo con regusto de folk lo comes y, si no, lo dejas.

Ryan Adams fotografiado por David Black

Ryan Adams fotografiado por David Black

No obstante, dentro de la fórmula, hay matices: no cuenta Ryan Adams con el luminoso optimismo que desprendían algunos momentos de Demolition (2002) o Rock N Roll (2003), pero tampoco estamos ante el tono abiertamente lúgubre de la mitad de la década pasada. Adams saca brillo desde este trabajo a las líneas más clásicas del rock estadounidense, homenajeando sin tapujos al eterno jefe Springsteen y dejando el romanticismo más a flor de piel de lo que viene siendo habitual. Si bien el estilo musical es exactamente el mismo que el de aquel Gold (2001) que le dio a conocer, han desaparecido las armónicas, los instrumentos de viento, los teclados y los ritmos machacones decorados con punteos de banjo. Estamos ante un trabajo de madurez y reafirmación, y se nota muchísimo. Para bien.

Ryan Adams es, fundamentalmente, un disco hermoso. Podemos añadir muchos matices a esto, pero es que en realidad hay poco más que decir. Es un disco hermoso, sencillo y embriagador desde la primera hasta la última canción. Y es posible que a quien le guste el rock de raíz americana, como es mi caso, le parezca que este señor se ha marcado uno de los discos más redondos del año, habrá que ver si no el mejor. La indomable emoción de veinteañero curtido que se desbordaba por las costuras de Nuclear o So Alive ha dado paso a la cálida sinceridad de un hombre al borde de los cuarenta capaz de componer el paradigma de estilo y buen gusto que es este Gimme Something Good que abre el álbum.

Podría pensar uno que el resultado es mucho más difícil de digerir que los primeros trabajos de Adams: a mi modo de ver, todo lo contrario. Si bien sus primeros trabajos se me acaban haciendo bastante pesados por lo machacones que pueden llegar a ser en las rítmicas y las progresiones, todo en Ryan Adams parece suceder en su justa medida. El disco es sencillo de escuchar, las canciones no son nada aparatosas ni se duermen en largos pasajes de armónica o pedal steel, sino que van al grano, haciendo que los 42 minutos se pasan en un suspiro. Kim sirve para calmar los ánimos después el pelotazo que supone el primer corte del disco, bajar las pulsaciones y enseñar las cartas que se van a jugar durante éste.

Las guitarras se afilan para Trouble y estribillo y voz dicen a gritos “Bruce Springsteen” en un tema que sin descubrir América (ni Jersey) tiene garra y suena espontáneo. Después viene el que para mi es el mejor momento del disco: Am I Safe es melancólica sin necesidad de desgarrar (creo que este tipo de pasajes de Ryan Adams harán las delicias, especialmente, de quien disfrutara del Lost In The Dream de The War On Drugs) y su estribillo se ajusta como un guante al ritmo en el que nos ha puesto el disco haciendo que sigas tarareándola varios minutos después de escucharla. Es un corte delicado, con poca arreglística más allá de algunos coros, y mucha emoción contenida. My Wrecking Wall ahonda en el paisaje de silencios y delicadezas para venir seguida por un nuevo tema guitarrero, Stay With Me, austero, sí, pero carne de single, si no de momentazo sobre el escenario. La alternancia entre emociones contenidas y secos estallidos guitarreros continúa en un diálogo natural en el que volvemos a abrazar al Boss en I Just Might para salir del LP de manera casi puramente acústica, como en una nube tranquila pero cálida y viva.

Al final tras una semana de escuchas las sensaciones son magníficas. Tal vez se eche de menos al Ryan que se desgañitaba cantando que se sentía vivo hace diez años, pero parece una evolución natural y bien medida. A mi Ryan Adams me parece uno de los mejores discos de este año, aunque comprendo que está muy anclado a un género que no a todo el mundo le interesa. A los que sí, pasen y disfruten: este disco merece la pena.

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